lunes, 10 de agosto de 2009

LAURA

De entre todas las niñitas
no hay una como la mía,
más dulce, ni más serena; 

más fiera, ni más bravía.
Sus ojos los heredó 
de la raza romaní
y el corazón franco y fresco 

de un travieso colibrí.
A lugares muy remotos 
viaja mi niña en sus sueños
y es la luna la encargada 

de velar por su regreso.
A veces, flota liviana; 
otras, se vuelve de hierro
y cada vez que me habla, 

endulza mis pensamientos.
¿De qué están hechas las niñas 
que curan el desconsuelo?
Serán estrellas preciosas 

que nos cayeron del cielo.
(2007)