De entre todas las niñitas,
no hay una como la mía,
más dulce, ni más serena;
más fiera, ni más bravía.
Sus ojos los heredó
de la raza romaní
y el corazón franco y fresco
de un travieso colibrí.
A lugares muy remotos
viaja mi niña en sus sueños
y es la luna la encargada
de velar por su regreso.
A veces, flota liviana;
otras, se vuelve de hierro
y cada vez que me habla,
endulza mis pensamientos.
¿De qué están hechas las niñas
que curan el desconsuelo?
Serán estrellas preciosas
que nos cayeron del cielo.
(2007)